Más allá del pesimismo con el que los mexicanos podemos tomar el resultado de las elecciones en norteamérica, nuestra tarea es el análisis de Trump como un símbolo que apropió poderosos significados en un momento específico de los Estados Unidos.
La campaña de Trump se vio plagada de emociones y conceptos negativos que más allá de debilitar su imagen, hicieron elevar rápidamente su popularidad. Donald Trump logró crear una conexión emocional muy fuerte con el americano promedio y si bien lo hizo a través de emociones negativas, estas logran provocar en el cerebro reacciones con la misma fuerza que las emociones positivas y con el mismo nivel de gratificación y recompensa.
En su expresar, las personas manifestaron a lo largo del proceso electoral una falta de credibilidad a las instituciones que los gobiernan, insatisfacción con aquello que consideran no se cumplió de las promesas que hicieron “otros” e inconformidad desmedida ante la situación presente, situación que el candidato republicano capitalizó en su campaña, con un discurso antisistema, anti clase política.
Donald Trump tomó la insatisfacción del pueblo norteamericano y significó para ellos la oportunidad de una REIVINDICACIÓN, de hacer justicia con aquellos que hicieron grande a América y que hoy se habían visto humillados, degradados y puestos en igualdad de condiciones con el “Otro”, aquellos que se sentían ignorados por las clases políticas, que sentían estar perdiendo el poder de su país. Ante ellos, Trump se vistió con un discurso que proponía acciones concretas en contra del sistema para reividicar al pueblo norteamericano y con ello recuperar la grandeza de América. En su discurso Trump gratificaba y alentaba a las personas a creer en su propia visión del mundo, dando campo abierto para marcar las diferencias entre clases y con ello fortalecer la búsqueda de la superioridad individual frente «al otro».
En el caso de Trump, su mensaje viajaba a través de emociones negativas, la más fuerte de ellas, el odio. En nuestro cerebro, la emoción del odio se procesa en dos áreas conocidas en conjunto como el circuito del odio: la ínsula y el putamen; mismas áreas que se encargan de procesar lo que conocemos como «amor», ambas emociones, consideradas como básicas en el ser humano, traen, como consecuencia, comportamientos «irracionales» de difícil control; aunque muy diferentes entre sí, estas emociones son responsables en igual medida de los actos más primitivos del ser humano. Trump al significar y alimentar el Odio en las personas, tenía acceso a la zona de cerebro más impulsiva, que actúa con visceralidad y que responde con comportamientos binarios de rechazo o aceptación.