El mundo de las ideas es en cierto sentido como las “letras en suspensión”. Cuando “provocamos a la idea” esta salta a nuestra imaginación, inevitablemente. Un caso trillado, decir por ejemplo, “el elefante rosa baila en un jardín”. E inmediatamente provocamos en el escucha o lector dicha imagen. Pensar la idea y provocarla es, de cierta manera, manipular los signos del lenguaje tanto verbales como no verbales.
Ahora utilicemos otro ejemplo ya que todo nombra y todo dice. Abordemos el muy antiguo y poderosísimo efecto que causa en nosotros los espacios por donde nos movemos y habitamos. Piénsese en el golpe psicológico que provoca los famosos edificios norteamericanos emblemas del poder, como la Casa Blanca o el Pentágono e incluso la Corte Suprema de Justicia con su pasmosa altura que nos detalla y remarca, centímetro a centímetro, nuestra pequeñez frente a la justicia. Ahora bien, una casa, cualquiera ésta sea, dice de las personas que en ella habitan, cómo son sus hábitos y sus mentes. Cada rincón, el orden o desorden, los cuadros colgados y los libros (o la falta de ellos). El acomodo de los muebles, los baños –sus humedades y goteras–, y un extenso etc… Somos transparentes. No hay casi nada que no se pueda percibir, la mejor fórmula acaso sería no salir al mundo y no permitir que nadie entre a casa, pero incluso esos actos dicen y bueno, esa es otra historia, las paredes hablan.